martes, 19 de marzo de 2013

Escuchar el silencio


A veces, solo con escuchar, solo con observar, podemos comprender mas de todo lo que nos rodea. Darnos cuenta de lo que somos, de lo que amamos, de lo que anhelamos. Pocas personas son capaces de escuchar. De darle lugar al silencio. Ese silencio que que es capaz de decir mas que mil palabras. Es como sentir el viento que camina sobre tu rostro y te lleva a la paz, y a la tranquilidad. El silencio es calmo, tranquilo, como un mar sin mareas en un día soleado. Pero a veces, los silencios pueden ser dolorosos, y el océano que esta en ellos se agita y trae consigo una gran tormenta. Por eso, debemos aprender a escuchar el silencio, aprender a sentirlo, y aceptarlo como es. Porque ¿Qué pasaría si no escuchamos lo que nos rodea? Si estuviéramos en la playa, pero no prestáramos atención al sonido de las olas. Si estuviéramos en el bosque, pero no escucháramos las copas de los arboles meciéndose al compás del viento, y los cantos que los pájaros comparten con nosotros? No tendría sentido. Cual sería el propósito de nuestras almas, que estarían vacía sin los sonidos? Sin la música ...Pero, escuchar no quiere decir usar nuestros oídos. Escuchar significa sentir, sentir lo que nos rodea, sentir el latido de un corazón sano y fuerte. Nuestras almas y nuestros corazones son quienes realmente escuchan. Solo necesitamos eso, escuchar, escuchar el silencio que pasa frente a nosotros, y detrás de ese silencio habrá siempre una respuesta.
                             
                                 

lunes, 18 de marzo de 2013

El vagabundo

Tan pequeño, tan solo. Inocente e indefenso en este mundo, vagaba por las calles en busca de amor. Solo, triste, pero con la esperanza siempre en pie, de que alguien algún día lo iba a querer. Aunque ya era demasiado viejo. Toda su vida estuvo en las calles, en busca de un ser que supiera apreciar su amor. Caminaba, y tal ves llegaba a encontrar algo de comida. La gente del barrio pocas veces lo alimentaba y le daba agua. Cansado seguía su viaje, sin rendirse nunca. Un verdadero héroe que vagaba solitariamente por el mundo. Los años pasaban, seguía solo. Quizá alguien por la calle le mostraba cariño, o sentía ternura por el, así que los seguía, ya que toda oportunidad de un hogar no se debe desperdiciar. Pero lo único que recibía era el rechazo. Pobre perro.. tan inocente y tierno. Pensaba que, quizá nadie lo quiso por su raza, que ni raza llegaba a ser. O por su edad. llego a los 10 años, a los 13, hasta los 17, caminando y caminando, con sus patitas tan débiles que casi o sentían el suelo. ¿Nadie sentía nada por el ? ¿por que? comenzó a sentir frió, día a día, y empezó a enfermarse. Hasta que un día, en la calle, solo como siempre ... se acostó en una esquina intentando calentarse, y sus ojos estaban a puntos de cerrarse. Húmedos estaban, tristes se reflejaban. Pobre perro. lo único que quiso era amor. Era lo único que pidió en sus 17 años de vida. Pero nadie se atrevió a dárselo, nadie. Solo pasaban y lo miraban, a veces con ternura, otras veces con desprecio. 

Cuando el perro estaba a punto de cerrar sus ojos, alguien apareció. Una figura humana, pero algo lo hacia diferenciarse. Era un alma cálida y gentil. Una niña. Sus padres no la acompañaban, pero no parecía perdida. Se acerco a el y lo miro tiernamente. Este le devolvió la mirada. Lo acarició, y se fue. Él ya no quería ilusionarse mas. Sus viejas piernas no tenían las proteínas suficientes para levantarse. Pero vio que la niña volvió con un trozo de carne. Atrás de ella vino alguien mas, con mucho aprecio hacia ella. Parecía ser su madre, quien llevaba consigo un plato con agua. Le acercaron el agua y la carne al viejo vagabundo. Este comió y bebió todo desesperadamente, gimiendo de hambre pero felizmente. Al pobre viejo ya no le respondía bien el cuerpo. Tan solo se sentía, que no quería seguir luchando. Entre la niña y su madre lo cargaron hasta su casa, y lo acostaron en una alfombra, caliente y suave. Y se vio una mirada en aquel perro. Una mirada que nunca antes había tenido. Su cola, luego de mucho tiempo, se movió en forma de felicidad y agradecimiento. Sintió que había conseguido un hogar, pero eso no detiene el tiempo. Su vejez era imparable  y sus años de vida eran ya los que había necesitado. El perro, en la alfombra, calentito y contento cerró sus ojos. Su búsqueda había terminado. Había encontrado el amor, un hogar. Luego de tantos años pudo volver a sentirse como un cachorro. Parecía dormido, tranquilo, pero a la mañana siguiente, no pudo volver a despertar.
                                     

El pecesito

Estaba nadando en el mar, moviendo mis aletas, y mis escamas doradas daban brillo a mi piel. Amaba nadar en lo desconocido, asomarme hacia fuera del agua, y sentir como las olas del mar acariciaban mi cara. Lenta, y tranquilamente flotaba en el vacío, y mis aletas eran acariciadas por el agua cristalina. Pero, un día, me desperté, y vi que no había nadie, ni un solo rastro de vida a mi alrededor. Comencé a nadar, a buscar algún rostro conocido, empecé a alejarme de casa, mas y mas. 
En un momento, escuché un grito agudo, tan alejado que no lo podía ver. A ese grito se le sumaron otros mas, que comenzaron a escucharse cada ves mas fuerte, me volteé, y vi una bandada de peces nadando hacia mí, perseguido por una extraña y enorme bolsa, atada a un gran caño que salía hacia la superficie. No sabía lo que era, pero lo que sí sabía, es que era peligrosa... Comencé a nadar hasta mas no poder. Nunca en mi vida había nadado tan rápido, pero mi rapidez no bastó. La extraña criatura que me perseguía se acercaba cada ves mas, atrapando todo a su paso... incluyéndome. Cuando la bolsa me atrapó, comprendí que no era una bolsa, era un tipo de red, parecida a la que una vez había visto cerca de un barco hundido. Comenzó a subir, y los peces atrapados estaban cada ves mas asustados, desesperados, intentando escapar, pero sus cuerpos no cabían en los pequeños agujeros de esa red, la respiración se dificultaba por el poco espacio. La red llegó a la superficie, y comenzó a separarse mas y mas del agua. Lo único que yo quería en ese entonces era volver a casa. El oxígeno se había agotado, y mis respiraciones casi no tenían sentido. Al llegar a la superficie de un barco, la red cayó con nosotros, tirándonos al suelo. Intenté volver al agua, pero mis aletas no lograban avanzar, hasta que dejaron de responderme. Mi mirada estaba cansada y ya casi ni respiraba. Lo ultimo que vi fue una figura enorme con brazos y piernas, con un gran mazo de metal dirigiéndose a mí. En ese momento comprendí ..que ya nunca mas volvería a casa.


Gritos

Un cuarto vacío. Yo estoy en el, sentada en una esquina con mis ojos bien abiertos, buscando algún motivo para calmarme, para tener un minuto de silencio, de paz. Empiezo a sentir golpes sobre las paredes, sobre el techo, sobre el suelo. El piso se mueve y caen piedras desde el abismo que me rodea pero grito, porque duele, porque lastima. Comienzo a correr pero la habitación se va cerrando hasta que me aplasta y se me va el aire. Aparezco en un laberinto, sin sol, sin nubes, sin nada fuera de el. Las ramas secas que forgan los pasillos respiraban. Es como si me estuvieran observando. Me pierdo. Era un laberinto sin final, sin salida. Me atrapa y me envuelve en su soledad. Respiro profundo y comienzo a caminar por los oscuros pasillos pero por mucho que me mueva siento estar en el mismo lugar. Vuelvo a escuchar ruidos. Una mano me atrapa y me arrastra bajo tierra, grito. Pido ayuda pero nadie me escucha. Siento como algo se arrastra por mi cuerpo pero no por fuera, sino por dentro. Pienso que es un sueño y cierro los ojos. al abrirlos aparezco en mi cuarto, acostada en mi cama, tranquila, pero confundida. La lampara en mi mesa de luz comienza a titilar y la ventana se abre. Sopla el viento y se escuchan voces agudas mientras una sombra entra por la ventana y se acerca hacia mí. Las paredes gritan, los vidrios se golpean entre si y el piso cruje. La poca luz que queda se apaga. Me tapo con las sabanas pero, ¿De que sirve? Si no me protege, pero me siento protegida. Una cuerda pasa por mi cuello. Cierro los ojos fuertemente hasta que me duelen los parpados. Me quitan las sabanas. La soga me aprieta. Abro los ojos y miro hacia abajo. Estaba sobre el aire. Al mirar para arriba veo la rama de un árbol, y una soga atada a él. Noté que esa misma soga apretaba mi cuello. Y en ese momento me di cuenta. Estaba muerta. Colgada a aquella rama, seca, sin vida, a punto de romperse. Intento gritar, pero no tiene caso. Mis labios no dejan salir ningún sonido, y cada pedido de ayuda es inútil. Aunque logro gritar en silencio, ninguna persona me escucha, solo los pájaros que vuelan cerca mío logran compartir mis lamentos.

Cuenta la leyenda

Cuenta la leyenda de un chico. Un chico que se odiaba, se odiaba a sí mismo, odiaba la vida, despreciaba los sentimientos de amor y felicidad, solo quería la destrucción de los que estaban a su alrededor. Odiaba cada segundo que respiraba. No quería sufrir mas en una vida de infelicidades para él, así que, un día tomo un cuchillo y lo apunto hacia su cuello, pero no tuvo las agallas para llegar mas lejos. Dudaba, gritaba, no quería morir, pero no quería vivir esa vida que tenía. Estaba perdido, odiado, despreciado por los demás y olvidado del mundo. No había nadie que compartiera su soledad y sus tristezas, nadie que consiga sacarle una sonrisa, aunque sea pequeña. No tenia nadie que lo abrace, solo se tenia a si mismo, y comenzó a odiar cada ves mas todo lo que algún día podría haberlo hecho feliz, gritaba, como si estuviera en busca de ayuda, aunque todos los que lo veían huían espantados. Entró a llorar, pero ya no sentía, no era capaz de sentir nada, excepto odio. Ya no le tenia miedo a la muerte. ¿Para que vivir una vida infeliz? se preguntaba. Quería morir, pero solo por el desprecio de los demás llego a ser lo que era. Tomó un revolver que tenia guardado y lo apuntó a su cabeza.
"Por tu culpa, sociedad, voy a entregar mi vida a la muerte" fueron sus ultimas palabras... 
Y apretó el gatillo.

Distancia

Y ahí estaban ellos. Dos almas distanciadas, pero a la ves muy juntas gracias a sus corazones. Dos almas que sufrían por el amor al que no podían tocar, al que solo escuchaban sus respiros infinitos llenos de oscuridad y falta de felicidad. Solo podían quererse de lejos, pues sus cuerpos no llegaban a tocarse por la distancia, pero, a pesar de ello, seguían amándose, sintiendo como cada ves que escuchaban sus voces un arco iris pusiera fin a una incesable tormenta, calmando los rayos, y acogiendo el amor que se tenían uno a otro. Era un dolor imparable al no sentirse, al no tocarse, pero cuando sus almas se entrelazaban, ese dolor desaparecía, y se convertía en felicidad y satisfacción, una que ni la distancia podrá romper.